martes, 29 de octubre de 2013

El aquelarre


Se conoce como aquelarre a la reunión que brujos y brujas celebran para adorar a su oscuro señor. La palabra tiene un origen vasco, akelarre, que significa “el prado del cabrón”, refiriéndose a las reuniones y ritos que se realizaban en honor de Akerbeltz, el dios cabrón vasco, y que fue absorbida por el imaginario popular como reunión de brujas.

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Esta reunión se realizaba en determinadas fechas señaladas durante el año, algunas coincidiendo con fechas de significado pagano, y también era conocida como Sabbath en referencia a la celebración del sábado como día sagrado por los judíos (los historiadores no se ponen de acuerdo en si esta referencia se debe a lo esporádico de las reuniones, a la celebración del aquelarre en sábado, un día antes que el día sagrado cristiano, o a que sea una referencia hebrea por que se odiaba a judíos y brujas por igual).

Los lugares elegidos para el aquelarre, según el imaginario popular, eran sitios impíos como cementerios locales (extraño, pues los cementerios son tierra consagrada) o cruces de caminos (lugares donde se creía que uno podía encontrarse con el Maligno), pero lo cierto es que solían ser cimas de montañas o claros del bosque (también cavernas), lugares normalmente apartados y de fuerte significado pagano, que podían haber sido ónfalos o nemetones de las antiguas religiones del pasado.

La elección de estos parajes no es casual, pues la cercanía de estos lugares al Otro Mundo facilitaba la invocación del diablo, así como que las brujas fuesen en espíritu transportadas al lugar, además de que su lejanía procuraba la intimidad que los rituales requerían y evitaba posibles molestias como el desagradable toque de maitines de ermitas, conventos y monasterios, que según la cultura popular obligaba a concluir el aquelarre. Con el tiempo, estos lugares ya no serán lugares sagrados, pasajes al Otro Mundo, y se convertirán en parajes demoníacos, lugares de reunión de brujas e incluso puertas al mismísimo Infierno.

El viaje

Al aquelarre iban los brujos según su clase y condición: los que vivían cerca del lugar iban andando y los que vivían más lejos y se lo podían permitir, a mulo o caballo, aunque el método de viaje más vistoso era ir volando, ya fuera transportado por el mismo diablo, a lomos de sus demonios familiares, o usando un ungüento especial que debía untarse en el sexo, ingles, nalgas, axilas y en un palo, horca o escoba que les permitía surcar los cielos en dirección al aquelarre. La fórmula del ungüento varía de una comarca a otra, aunque nos cuentan cronistas de la época que era verde y de olor grave y pesado, con componentes comunes tales como hierbas y raíces de tipo alucinógeno (cicuta, solano, velecio, belladona y mandrágora, por citar algunas). Durante mucho tiempo, hubo un buen revuelo con el tema y fue motivo de discusión teológica, si las brujas eran transportadas a los aquelarres volando realmente, o si hacían dicho trayecto en espíritu. Esto se debía a los efectos alucinógenos de ciertos ungüentos de vuelo, que en contacto con la piel provocaban a los untados caer en la semiinconsciencia y sufrir terribles visiones del diablo llevándolos al aquelarre y obligándolos a participar en horribles actos. 
La discusión sobre el tema tuvo defensores y detractores de ambas opiniones. En el siglo IX, el Canon Episcopi nos cuenta sobre el tema, relacionándolo con los vestigios paganos:

“…No se puede admitir que algunas mujeres infames, pervertidas por Satán y seducidas por ilusiones y los fantasmas del diablo creen (y dicen) que van, durante la noche, con Diana (diosa de los paganos) y Herodías y una multitud innumerable de mujeres, cabalgando sobre ciertas bestias, recorriendo largos espacios en el silencio de la noche y obedeciendo (a cierta diosa) como a su Señora… Por eso los sacerdotes de Dios deben predicar al pueblo para que sepa que todo eso es completamente falso y que semejantes fantasmas en los espíritus de los fieles provienen no del espíritu de Dios sino del espíritu perverso; puesto que Satán toma diversas figuras y parecidos, y, engañando por sueños al alma que tiene cautiva, las conduzca hacia todas las desviaciones…”

Los autores del Malleus Maleficarum, Heinrich Institor Kramer y Jacobus Sprenger, pensaban de una manera muy distinta, acusando al Canon de anticuado, equivocado y peligroso, pues aquellos que lo creían como cierto estaban haciendo flaco favor a la cristiandad y beneficiando con su error al diablo, las brujas y sus siervos. Ambos autores cuentan sobre el tema:

“…Inmediatamente se elevan en aire, sea de día o de noche, sea de manera visible, sea (a voluntad) de manera invisible; ya que el diablo puede borrar un cuerpo interponiendo otro objeto, como se ha dicho en la primera parte al tratar de los prodigios e ilusiones del diablo. En verdad, es por medio de este ungüento, realizado con el fin de privar a los niños de la gracia del bautismo y de la salud, que el demonio obra la mayor parte de las veces; no obstante, por lo que parece, él ha efectuado varias veces el mismo transporte sin eso. Algunas veces él transporta a las brujas sobre animales que no son animales sino demonios bajo esa forma, o también, ellas se transportan sin ninguna ayuda exterior…” 

Tras muchas discusiones por toda Europa, la discusión es tratada en España por la Inquisición que, en su Consejo reunido en 1.529, tras estudiar el asunto a fondo, decidió por seis votos a favor y cuatro en contra que las brujas eran llevadas por los aires por el diablo en cuerpo y alma.

En zonas de antigua influencia celta, para la marcha al aquelarre se hace una procesión al lugar con los participantes portando antorchas, como en las ceremonias paganas del pasado.

El aquelarre

El aquelarre comienza siempre de noche, como mínimo al ponerse el sol, siendo las horas entorno a la medianoche las más usuales (ya se sabe que a ciertas horas, entrada la noche, sólo se aventuran los que andan metidos en conspiraciones, o en tratos con el diablo).

Los rituales son dirigidos por un gran brujo o bruja, normalmente la de mayor edad o poder, al que se le denomina “maestre” y, caso de no poder asistir, se encargan otros brujos a los que se les denomina “oficiales”. Existen otros cargos, siendo el más importante el llamado “rey o reina de las brujas”, un personaje de gran poder, favorito del Diablo, que acude únicamente a los aquelarres de mayor importancia (dicho cargo es concedido por el mismo Diablo y sólo puede ser ostentado por una única persona en una comarca o zona concreta).

El aquelarre comienza, tras la llegada de todos los asistentes, con la invocación del diablo, el cual puede aparecer bajo varias formas (o acompañado de otros demonios), siendo dos de las más comunes la de un enorme cabrón negro y la de Leonardo, un cabrón negro alado de forma humanoide, aunque también se puede aparecer bajo la forma de otros animales impuros como un enorme sapo o gato negro.

Una vez invocado, el diablo se sienta en una especie de trono de oro, madera o piedra y recibe el homenaje de los asistentes mediante la ceremonia conocida como el “osculum infame”: el diablo iba leyendo el nombre de los asistentes o llamándolos uno a uno, éstos se dirigían a él, reptando o caminando hacia atrás, y le besaban el ano, y según algunas fuentes también el miembro, el cual siempre estaba frío (sobre esta frialdad, el Malleus Maleficarum postula que es debido a que los demonios forman sus cuerpos físicos con el mismo aire).

Tras este rito, los aspirantes a brujos eran presentados oficialmente a la comunidad y, ante el diablo, renegaban nuevamente de su fe y del bautismo, prometiendo cometer toda clase de viles actos y maldades en nombre de su oscuro señor, realizando a continuación el osculum infame (todo esto suponiendo que el aspirante ya hubiese llegado anteriormente a algún pacto con el Maligno, en caso contrario el pacto se constituye tras ser presentados al cónclave). El diablo, complacido, aceptaba al aspirante, le asignaba un nuevo nombre por el que sería conocido en la comunidad infernal y le ponía su marca. Esta marca del diablo consistía en un lunar, mancha o marca de nacimiento con forma de un animal impío, de sapo, cabra o pata de la misma, o incluso un simple círculo, y era estampada en lugar concreto del cuerpo del aspirante.
El lugar exacto varía dependiendo de la comarca en la que se celebre el aquelarre (en según qué zonas había costumbre de situarla siempre en una zona concreta del cuerpo) o según el capricho del diablo, que puede situarla incluso bajo el cuero cabelludo, debajo de la lengua o incluso en las pupilas.

Tras la iniciación de los aprendices, el diablo interrogaba a cada asistente sobre cuáles eran las maldades que habían cometido desde el último aquelarre y, en caso de no estar complacido, era libre de imponer castigos o “penitencias” a los brujos y brujas menos aplicados.

Tras esto, era normal el realizar un ritual de adoración al Maligno, parodia de la misa cristiana. En la ceremonia era común el sacrificio de animales o víctimas humanas, especialmente apreciados niños no bautizados. En esta misa negra, en lugar de altar se usaba la espalda desnuda de una joven, en lugar de hostias consagradas, hostias robadas a parroquias locales, bañadas en la sangre de los sacrificios humanos (esto hacía que en la época se recelase de aquellas jóvenes que en lugar de comer la hostia del sacerdote se la guardaba para tomarla más tarde), y se hacía burla y sacrilegio de todo lo sagrado. La ceremonia solía ser oficiada por un sacerdote o monje apóstata, o incluso, para mayor regocijo del Maligno, un sacerdote que alternaba sus misas a Dios y al Diablo por igual.

Terminada esta ceremonia, todo el mundo se despojaba de sus ropas y comenzaba una danza que pronto degeneraba en una orgía, en la que todos fornicaban con todos, en medio de las más aberrantes prácticas sexuales, en las que la cópula con el mismo diablo se consideraba gran distinción y privilegio. Si la bruja quedaba preñada del diablo era gran honor el ofrecerle el niño resultante como sacrificio en el próximo aquelarre. Durante esta orgía era normal el consumo de grandes cantidades de bebidas alcohólicas, para amenizar la “fiesta”.

Tras la danza, la bacanal y el desenfreno, los asistentes recuperaban las fuerzas con un suntuoso banquete, en el que no faltaba la carne de los sacrificios ofrecidos anteriormente al diablo, lo cual podía significar la práctica del canibalismo (los huesos o restos de los niños no bautizados eran guardados como excelentes componentes para maleficios). Los alimentos podían ser comidos cocinados o crudos, pero un elemento que jamás estaba presente era la sal, ya que desde tiempos antiguos se tiene como elemento sagrado. Esta práctica provocó la aparición de curiosas costumbres supersticiosas para protegerse de las brujas y los malos espíritus: echar sal a la espalda por encima del hombro izquierdo o hacer que los bebés laman sal durante el bautismo.

Tras todo esto, como acto final, todos los asistentes se reunían y convocaban tempestades que asolasen la región, llamaban al granizo para que arruinase los campos o echaban maldiciones sobre las gentes o el ganado, tras lo cual se despedían y volvía cada uno a su casa, ya sea a pie, a caballo o surcando los cielos mientras se soltaban terribles risotadas (las gentes de lugares cercanos hacían bien en cerrar bien sus puertas y ventanas, para evitar ver o escuchar tan macabro espectáculo). La cultura popular también daba como señal que avisaba del final del aquelarre el toque de maitines de iglesias o ermitas y el canto del gallo.


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